Miles de lágrimas derrochadas, derrocadas sobre este
infierno corporal sin alma.
Alma, el arma de mis latidos, la ballesta manejada por mis
gritos, el poco sentido común que me queda pidiéndome calma.
Basta.
Dime tú dónde están las razones que exiges para que
este absurdo mundo no abandone.
Dime si de verdad queda gente que perdone mis errores, que
en la sombra de la estupidez humana comparta mis temores.
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