miércoles, 22 de febrero de 2012

Devil


Y no podía dejar de escuchar aquella vocecilla en mi cabeza, ¿Sabes?
Era un susurro agonizante, me lloraba por las noches, me nombraba durante el día.
Y siempre seguía, siempre seguía.
Tirada sobre el césped, a unos cuantos metros de la realidad podía notar a mi mente parlante.
A veces bien, a veces mal, pero siempre conversando consigo misma.
Palabras, sentimientos, gritos introduciéndose en todos los recovecos posibles de mi cerebro.
Palabras vacías que sangraban mis labios, porque todo se lo llevaba lo invisible de la mente.
Me tomaban por loca, pero aún así seguía. Siempre seguía.
En contadas ocasiones decía cosas. Cosas muy feas, que me aterrorizaban y sentía miedo.
Pero siempre andaba, no desistía.
Me gustaba perderme por viejas calles oscuras, sentir entre mis dedos la humedad puntiaguda de la noche,
que se cernía recelosa sobre viejos tejados derruidos.
Pero no estaba sola. Ella estaba ahí, tan pura e indescriptible, ligera como el viento.
A día de hoy no habla, pero no me arrepiento. Se marchó a su casa, a su guarida.
El averno.

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