viernes, 13 de enero de 2012

Paranoid

No acertaba a comprender exactamente dónde estaba.
En realidad, los pensamientos se habían vuelto espesos y oscuros, confundiendo a mi frágil memoria, la cual nunca había sentido tan débil y desorganizada.
Me encontraba en una especie de habitación, una sala cuyas paredes perfectamente lisas relucían pintadas de blanco, otorgando una sensación de higiene absoluta. Sólo existía algo que no cuadraba en tal sala. Una escalera.
Era extraña, pero yacía frente a una pared, mostrándose oscura y valiente, enfilando un tenebroso abismo, e incitante, demasiado incitante.
Titubeé antes de avanzar hacia ella. Era una salida, una oportunidad, una forma de encontrar respuesta a preguntas simples, por ejemplo, dónde se encontraban.
Grande fue mi sorpresa cuando noté como cada uno de mis músculos se negaban. Estos se habían vuelto terriblemente pesados, como si de la noche a la mañana hubiera llenado mi cuerpo de plomo y mis pies de hierro.
No sabía por qué, pero una lívida sensación de miedo y asfixia recorrió mi columna vertebral, haciendo que el frío corte del horror embriagara mi mente y alertara a mis sentidos.
Aquello carecía de lógica. Aún así, tras tomar una gran bocanada de aire, me dispuse a caminar hacia la escalera, a pesar de que la angustia y la sensación de pesadez me entorpecieran considerablemente.
Pero por si ya el torrente de emociones que sentía no era suficiente, a la frustación le dió por vernir y sonreír amargamente. Sus colmillos afilados ser acercaron a mi cuello cuando alcé la mano hacía la escalera, con el fin de tocarla. Sorprendida, dí un respingo cuando pude observar con ojos llenos de desaprobación unas manchas oscuras de tinta que bañaban las yemas de mis dedos.
Tras unos segundos de confusión comprendí qué había pasado. Aquella escalera no era real, como pensé en un principio. A algún idiota se le habría ocurrido pintarla con tinta negra, jugando con la perspectiva, que debilitaba la verdad en los ojos de los humanos de forma brutal.
Un cosquilleo cargado de rabia comenzó a brotar de mi pecho cuando observé, anonadada como aquellas manchas de tinta se extendían rapidamente, derramándose sobre mis delgados dedos, como si de sangre se tratara.
La estupefacción se fue convirtiendo, a medida que aquel líquido espeso y oscuro cubría partes de mi menudo cuerpo, en un horror y miedo apabuyantes, que luchaban por salir reencarnados en gritos de pánico de mis labios.
Me dí cuenta demasiado tarde del hecho de que no podía hablar. Como si estuviera muda. Simplemente, sentía algo atravesado en la garganta, que aumentaba la sensación de inquietud y la asfixia.
Sentí como mis ojos ardían rebosante de saladas y cristalinas lágrimas cuando aquella pasta negruzca envolvió mi brazo. Sin duda alguna, aquella especie de tinta, la cual me recordaba por su hedor a la putrefacción, debía de estar viva.
Látigos húmedos que trepaban por la superficie suave de la piel.
Lanzé un grito ahogado en el preciso momento en el que noté como la tinta no sólo se limitaba a cubrir cada vez más sectores de mi cuerpo, sino que penetró por cada uno de los poros de su piel, arremetiendo con todo lo que encontrara en el interior de ser.
Debía de haber sentido dolor. Mucho dolor cuando la pasta comenzó a desgarrar mis propios órganos, pero no fue así.
Sentía un miedo tan atroz, que lo único que pude hacer fue quedarme paralizada, con los ojos fijos en mis miembros, ya engullidos por aquella malévola oscuridad viviente. En determinado momento llegué a pensar que toda aquella desconocida situación debía de tratarse de un sueño, una pesadilla mejor dicho. Seguramente ahora estaría retorciendome en mi cama, aguardando el regreso al mundo real.
Pero algo me decía que no era así. Las sensaciones eran tan sumamente reales, que en cuanto notaba que un chorro de tinta negra arremetía contra un organo, introduciendose en él y haciendolo estallar, desterraba cualquier opción de que se tratara de un mundo que mi propio cerebro hubiera creado.
En condiciones normales, ya estaría tirada por los suelos, expulsando tinta, manchando mis impunes labios rosados de sangre oscura.
Pero permanecía de píe, callada y con el corazón apisonado por el miedo que consumía cada gota de sangre que quedaba en las pocas venas que aún no habían sido conquistadas por la espesura putrefacta.
Los últimos segundos que viví en aquella absurda realidad, fueron de intensa angustia, cuando sentó como mi cuerpo estallaba, deshecho en arroyos de tinta negra.

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